Recuerdo que cuando llegué a La Habana para estudiar en la ENA( Escuela Nacional de Arte ) aún me faltaban tres meses para cumplir 16 años. Para mí, conocer una escuela como aquella, el alumnado, su arquitectura tan hermosa y singular, el aire que se respiraba, fué una experiencia muy importante en mi vida. Fué como aterrizar de súbito en otro planeta, donde las reglas eran otras, la gente pensaba diferente o simplemente pensaba; la música que se escuchaba constantemente por los amplificadores en el gran y espectacular comedor, donde todos comeríamos en el mismo horario, estudiantes de música, de danza, de ballet, de teatro y nosotros, los "plásticos", como nos llamaban a los de artes plásticas.
La música me marcó la vida para siempre, le dió sonido de fondo a mis recuerdos. Todavía asocio experiencias importantes de esa época, sublimes experiencias y remembranzas, como piezas que, aún hoy, cuando las escucho me transportan a esa etapa de mi vida que fué tan linda, romántica y abarcadora en tan poco tiempo, apenas poco más de dos años.
Allí ví a profesores en las aulas que solo conocía de libros de arte o de oídas, en las clases que había recibido anteriormente en la escuela de arte de Holguín, mi tierra de origen. Algunos fueron mis propios profesores, como Adigio Benítez, Eduardo Abela( hijo ), Orlando Yanes, Fayad Jamís y Masiques, que murió tan joven; pero otros no me dieron clases directamente porque atendían a otros grupos, aunque igualmente recibí su influencia y su enseñanza indirectamente, como Antonia Eiriz y Servando Cabrera Moreno, entre otros.
Durante el día estábamos en clases con ellos y por la noche nos llevaban a las galerías de arte a ver las exposiciones donde estaban las obras de todos ellos. Era un contacto directo e importante. Teníamos el privilegio de poder preguntarles detalles sobre su pintura, cómo pintaban y qué técnicas utilizaban; lo queríamos saber todo de ellos, los bebíamos con avidez.
En mi grupo enseguida hice amistad con Flora Fong; nos llevabamos bien y nos gustaba compartir habitación. Otros compañeros de aula fueron Nelson Dominguez, Eduardo Roca( Choco ), Pedro Pablo Oliva, Manuel Castellanos, Rafael Paneca, Raymundo Orozco, Isabel Gimeno y Aldo Menéndez, entre otros.
Al ingresar yo en la escuela, algunos ya estaban terminando sus estudios, como Ever Fonseca y Gilberto Frometa. Recuerdo también a Luis Miguel Valdés, a Manuel López Oliva, Alberto Jorge Carol, a Waldo Luis, muerto prematuramente por una bala que no era para él y a Jesse de los Ríos, recientemente fallecido en Miami. Son muchos nombres para mi memoria, que me traiciona a menudo.
Al año siguiente de mi ingreso, llegó a la escuela Roberto Fabelo, añadiendose a la lista de alumnos que ya despuntaban como futuros artistas importantes de Cuba.
De la escuela de arte dramático traté bastante a Sergio Bofil, que emigró rápidamente a Canadá y radica actualmente en Estados Unidos. No podía saber en ese entonces que algunas décadas después me compraría varios cuadros para su colección y su galería en New York.
Aldo Menéndez fué, entre los muchachos de mi grupo, el primero que me llamó la atención porque hablaba mucho de si mismo, del arte y de su reciente estancia de dos años en Viena. Escuchándolo, se me llenaban los ojos de nostalgia por lo desconocido; conocí de los museos austríacos y de los pintores que vió allí, de su fugaz paso por la Academia Albertina de Arte. Compartía conmigo y con el resto del grupo información nueva y fresca sobre las últimas corrientes artísticas, algunas verdaderamente sorprendentes y provocadoras para nuestro escaso arsenal de conocimientos. A través de él se me abrió un mundo nuevo hacia la poesía, el cine, la fantasía y la creatividad. Me sentía fascinada y me enamoré.
Yo era arcilla moldeable, dispuesta a deslumbrarme con todo lo que brillara, ya fueran pensamientos, ya fueran influencias en el arte( por cierto, desde el principio me fascinó intensamente la pintura de Marc Chagall ), las puestas de sol sobre el mar, los colores de los árboles en la primavera, las películas de Ingmar Bergman o comparar nuestros respectivos traumas con nuestros padres.
Nos prometimos amor para siempre y cuando Aldo tuvo que abandonar la escuela me sentí desolada. Poco después, en el año 1968, fué a buscarme, me convenció y me fugué de la escuela con él. Ahí empezó otra etapa distinta de mi vida, muy bohemia, irresponsable y soñadora a mares. Creíamos que estábamos haciendo lo correcto y que el mundo entero estaba en contra nuestra.
Un pintor amigo, Roberto Figueroa, que actualmente reside en Brasil, nos acogió en su estudio y allí vivimos los tres durante nueve meses. Después conseguimos nuestra propia casa, tuvimos nuestros hijos, a Karen en el año 1969, que falleció a los pocos días de nacida; a Aldo Damián en 1971 y a Axel en 1982. Veintidós años después nos divorciamos y comenzó la diáspora. Pero esa es otra historia.
Nélida y su hijo Aldo Damián. La Habana, principios de los 70. |
Mientras vivíamos con Figueroa, comencé a trabajar en el periódico Juventud Rebelde y de nuevo otra experiencia extraordinaria: mi primer contacto con el mundo de la gráfica, el diseño, la fotografía, las tiras cómicas, el emplane de un diario, de una revista, etc. Allí conocí a Juan Padrón, el creador del personaje Elpidio Valdés y a varios humoristas con mucho talento, que entonces comenzaban, como Tomy, Manuel Hernández, Carlucho, Hernán H., creador de "Gugulandia", Luis Ruíz, formidable dibujante que emigró a Francia en los 80, Roberto Alfonso, Luis Lorenzo, Ceballos, los dos hermanos García, Pedro Rodriguez García( Peroga ), Virgilio y tantos más que mi memoria no puede abarcar a todos ya.
Allí el dibujante y grabador de origen español Jose Luis Posada fundó un taller artístico que auspiciaba el entonces tabloide cultural El Caimán Barbudo y el propio periódico Juventud Rebelde, en un local aledaño al edificio principal. Ese taller fué otra interesante escuela de la que me nutrí. Compartí experiencias y trabajé con disímiles talentos y profesionales; unos ya consagrados, otros en ciernes, pero con la certeza de que iba por buen camino, sin pérdida alguna, hacia mi objetivo, que era convertirme en pintora, a pesar de que acababa de abandonar una escuela que pudo brindarme todo eso y más. Mi camino se bifurcó, pero lo retomé y comenzó mi carrera de verdad, trabajando y llenándome de nuevas experiencias, aprendiendo sobre la marcha lo que quería ser, siéndolo ya sin apenas darme cuenta.
El resultado del Taller de Posada fué una exposición colectiva que aunaba a todos los que ya mencioné y a otros que se sumaron, como Aldo Menéndez, que frecuentaba mucho el taller, aunque trabajaba como diseñador en el entonces Consejo Nacional de Cultura. Al participar en esa muestra comenzó oficialmente mi vida artística como profesional. Me salté varios escalones, pero los superé y seguí andando. La reseña de la expo fué publicada en el periódico y la foto de mi obra fué escogida para ilustrar el artículo de Alejandro G. Alonso, crítico de arte.
continuará... |
1 comentario:
Aunque sea un comentarista demasiado cercano a esta historia, su lectura me ha sorprendido agradablemente, sobre todo por su poder de síntesis y evocación, además de las emociones particulares que despierta en mí, en general el que hayas empezado a publicar esta suerte de aproximación a tu trayectoria artística resultaba ya inexcusable, todos los que admiramos tu obra esperábamos algo así desde hacía tiempo; y esta larga entrevista contigo misma debía en la medida de lo posible ir ilustrada con pinturas y materiales de época, supongo que ya habrás pensado en eso. Es también de agradecer el paseo visual que propicias sobre tu pintura actual, un periodo que para mí arranca con los éxitos que cosechaste en España a partir del 2001, resumen que muestra la madurez y la fuerza alcanzada por tus propuestas. Y conste que lo que te digo no solo viene del compañero de vida y del colega, sino también del crítico que soy, interesado siempre en nuestra plástica.
Cuenta con mi incondicional atención a tu blog y con mi cariño de siempre.
Publicar un comentario